Hijos de Clumba by Alexandre Alemany Moyà

Hijos de Clumba by Alexandre Alemany Moyà

autor:Alexandre Alemany Moyà [Alemany Moyà, Alexandre]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2021-04-19T00:00:00+00:00


Capítulo 16

Héctor

Apolodoro comenzó su tarea: hacer creer a los posibles compradores que el estado de los esclavos era mucho mejor de lo que era en realidad. Y lo conseguía escondiendo los males que no se observaban a simple vista y quitando importancia a los que sí eran evidentes.

Uno tras otro los pobres desgraciados y desgraciadas pasaban por sus manos y posteriormente eran subastados. Gracias a sus buenos diagnósticos, los compradores perdían el miedo a ser estafados y ofrecían más y más dinero por los hombres y mujeres que complementarían los muebles de sus hogares y se encargarían de lavarles la ropa, cocinarles la comida, entretenerlos o, incluso, darles placer sexual. Había esclavos para cubrir cualquiera de sus necesidades y el vendedor sabía qué virtud explotar en cada uno. Llevaba muchos años en el negocio y se le notaba. Uno a uno los esclavos eran vendidos y la bolsa de dinero del vendedor iba ganando más y más peso. Cuando el sol comenzaba a declinar, el vendedor dio el día por concluido. Envió los pocos esclavos que le quedaban por vender a sus respectivas jaulas y agradeció a Apolodoro su buena tarea.

—Estimado iatrós, ojalá te hubiera conocido antes. ¡Eres una mina de oro! ¿Cómo te llamas?

—Apolodoro.

—¡Oh! Un nombre muy acertado para tu oficio. Yo me llamo Héctor. Te he de agradecer tus servicios, Apolodoro. Gracias a ti he llenado mis bolsillos y, en consecuencia, también los tuyos —dijo agradecido. A continuación empezó a sacar monedas de su bolsa y se las ofreció. Este las cogió con una mezcla de alegría y remordimiento.

—Gracias —dijo el médico.

—Y por cierto, Apolodoro. ¿Quiénes son los que te acompañan? Son gente extraña y algunos incluso parecen peligrosos. ¿No estarás en peligro, verdad? No me gustaría perder la oportunidad de disfrutar de tus servicios en un futuro no muy lejano.

—¡No, qué va! Tranquilo, son mis compañeros de viaje. Dos vienen de las islas Gimnesias y el otro es griego. —Y añadió, cambiando de tema—: Por cierto, me gustaría aprovechar esta oportunidad para hacerte algunas preguntas.

—¡Ajá! Información, ¿eh? Bueno, yo soy un hombre de negocios, y, como has visto, mi negocio son los esclavos. Pero la información suele estar bien pagada, así que según lo que me ofrezcas, te facilitaré toda la que tenga al respecto —dijo mientras se frotaba las manos—. Sígueme, salgamos del ágora, aquí hay mil y un ojos y oídos; si lo que quieres es discreción, no podemos mantener una conversación aquí. Vamos a mi casa, allí podremos hablar tranquilamente. Por supuesto, si tú vienes con tu escolta, yo no puedo ser menos, ¿no? Me caes bien, Apolodoro, pero nos acabamos de conocer. Me fío de ti, pero no tanto de tus compañeros de viaje. Prefiero guardarme las espaldas. Me entiendes, ¿verdad? —Y, a continuación, se dirigió a tres de sus guardaespaldas. Eran hombres enormes. Su corpulencia y altura llamó la atención a Apolodoro. Aquellas torres imponían respeto—. ¡Casio! ¡Sempronio! ¡Catón! Seguidme. Los otros, recoged la tienda e id a casa, ya es hora de cerrar.



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